Londres fugaz

Dos días bajo la lluvia, sintiendo las vibraciones de una ciudad muy especial habitada por excéntricos amables. Raros vinos naturales de todo el mundo, recetas medioevales recreadas por Heston Blumenthal y el descubrimiento del mejor lugar indio. Todo eso, ni más ni menos.

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Dos días bajo la lluvia, sintiendo las vibraciones de una ciudad muy especial habitada por excéntricos amables. Raros vinos naturales de todo el mundo, recetas medioevales recreadas por Heston Blumenthal y el descubrimiento del mejor lugar indio. Todo eso, ni más ni menos.


Salimos de la feria de vinos raros rumbo al Mandarin Oriental para probar los platos históricos de Heston Blumenthal, sí el cocinero vanguardista del The Fat Duck, en el restaurante Dinner del superlujoso cinco estrellas. Con recreaciones de platos de los siglos XIII, XVII y XIX.

Este menú breve, posible y glorioso se sirve en un luminoso espacio frente al Hyde Park y su verde infinito, casi siempre, esta vez también, desdibujado por la lluvia.

El menú del vanguardista Blumenthal desmiente esa reputación de cocina gris, irremediablemente sosa, esa funesta fama que los vecinos europeos atribuyeron a la gastronomía británica antes que se incorporaran los platos de sus colonias.

En mi plato, junto a un Chenin del Loire apareció una falsa mandarina de color enérgico, receta reinterpretada del 1300, cuando solían mezclar frutas y carnes. El plato se llama Fruit & Meat.

Después apareció un pichón especiado con tiernos alcauciles que data, según el menú de 1780, y de postre piña grillada con un budín tradicional, de 1810. Al reverso de la carta se citan las fuentes y las fórmulas. No hay inventos caprichosos, seguramente reinterpretaciones. Eso sí, nada tecno emocional en el menú. Solo emocionan sus técnicas.

Y, por supuesto, en Londres se impone probar platos indios. Mi última experiencia hace unos años dio los fuegos de Bobay Brasserie. Este, Amaya- dos estrellas Michelin- es mejor. Un lugar amplio, austero y moderno, con impecable cocina a la vista donde se encuentran los tandoor. Allí probé el mejor biryani de mi vida, un plato emblemático de la cocina mughul, descubierta hace añares en Bombay, ahora Mumbai, que puede ser majestuoso o banal, arroz misteriosamente especiado y langostinos asados en los tandoor, de un color rojo intenso. Entre lo más rico del fogoso menú de cinco pasos a 35 libras.

De vuelta en Madrid quise recrear en condiciones diferentes esos langostinos tandoor pero en el horno nadie tiene tandoor en su casa madrileña. En la pescadería encontré los langostinos enormes, perfectos para la receta. Maravillosos. Cuando llegué a casa vi que en el envoltorio decía procedencia argentina, Puerto Madryn. Si tenemos los mejores langostinos del mundo. Casi tan buenos como los de Sanlúcar de Barrameda, en Andalucía. Me mezcla tandoor de especias las compré en uno de los innumerables almacenes indios del barrio de Lavapiés. Aun tengo esa tandoori y recreo la experiencia con langostinos de Madryn en mi casa porteña. Los playos medioevales de Blumentahl, primera parte de este viaje gourmet, no. Imposible.

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