De confusas y sangucheros

En otoño reaparecen los colados. Estos devoradores eventuales proliferan como hongos de estación. Se los ve en presentaciones, vernissages, casamientos, desfiles, degustaciones y hasta velorios, como en aquel cuento de Cortázar

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En otoño reaparecen los colados. Estos devoradores eventuales proliferan como hongos de estación. Se los ve en presentaciones, vernissages, casamientos, desfiles, degustaciones y hasta velorios, como en aquel cuento de Cortázar


En algunas consultoras se los conoce como "sangucheros", un diario argentino los bautizó confusas. Buen nombre, se confunden entre los invitados reales.

Ser confusa, colado o termita, como gustéis, es casi una profesión y se los ve en todo el mundo. Así sobreviven. Son los colados eternos, no siempre hambreados, ávidos de todo: de vino, tragos, alfajores, quesos o gente. Cómo es que el mismo señor corbateado, impecable, con un buen traje levemente raído, acompañado de señora comme il faut tenga tantos intereses. Por que se los ve en vernissages, desfiles, presentaciones de vino, de libros o de maquillajes, conferencias de prensa, preestrenos, openings, inauguraciones, ferias. Claro, siempre y cuando haya algo para comer o beber.

A estos personajes, como a los mareados del tango no les interesa que se rían ni los llamen los colados. Impunes e inmunes a cualquier mirada de soslayo. No les conmueve que los detesten o los ninguneen. Es un trabajo para sobrevivir, como cualquier otro.

Estas ávidas termitas me cuentan algunos amigos hoteleros, son fáciles de detectar. Por ejemplo, se ubican junto a la puerta de donde emergen los mozos bandejeando. Charlan entre ellos, como protegiéndose mutuamente. Espían fuera de su grupo, sólo para advertir si son detectados por el anfitrión de turno, su víctima resignada.

Algunos en épocas de pasadas glorias pueden haber estado en algunos mailings, ahora desactualizados, esa (para ellos) es la más fácil. Para otros es un verdadero trabajo de investigación. Leen que pasa en el día, en la semana, en el mes. Todos tienen cierta cualidad Zelig, si se trata de presentación de libros aparecerán descorbatados ellos, con look levemente hippie de los 70, ellas. Si es la inauguración de un nuevo restaurante en Palermo Hollywood, Barranco en Lima, Bellavista en Santiago, Le Marais en París o el Soho en Londres, irán de negro y hasta, por una copa de champagne con canapecito de salmón, pueden llegar a raparse la cabeza.

Las preferencias gastronómicas de los termitas en cualquier parte del mundo son las mismas: la comida, como decía Marx (Groucho), es su plato preferido. Toda bebida que no sea agua, también.

No son solo ávidos de cosas bebibles o comestibles, entre sus vicios figura la figuración. Se acercan al poder, o lo que ellos creen que es el poder (pintor, chef, enólogo, bodeguero, diseñador), cuanto más cerca mejor y participan sin conocerlo de ese halo mágico. Con suerte, tienen asegurada una foto en Sección sociales.

Y antes de la actuación meramente social, se atiborran. De lo que sea, no importa la secuencia. Pueden empezar con una trufa de chocolate, seguir con una ostra, focaccias en el medio, sopa y canapés, para terminar con otra ostra. Infinitos canapés porque es lo más fácil de tener en la mano mientras se sostiene la copa de champagne, el scotch, el vino, mientras se da la mano a desconocidos, tratando de extraer una tarjeta trucha. En las ferias de vino piden mero vino, ni blanco ni tinto, lo que venga, blend o varietal, pero mucho. Así les va.

Y como el resto de los invitados ellos también se llevan un recuerdo, ese codiciado bolsito de regalo al estilo cumpleaños infantil con las que se agasaja a los invitados de prensa: un dossier junto a una botella, un pan dulce, un jabón. Con mis propios ojos vi. Un termita al que detecté hace años llevarse una botella de Johnnie Walker Blue Label en una divina bolsa de cuero diseñada pro un inglés. ¿Cómo pasó?

Y la copa con el vino o el champaña, solo la largan si a la salida se les pide antes de hacerlo apuran el ultimo trago, la ultima gota, como sedientos en el Sahara.

He visto a muchos de estos ávidos por la gratuidad de las cosas, darles unos pocos pesos a los mozos para estar bien abastecido. La copa, los platos y la panza, siempre llenos.

Los confusos pueden pertenecer a diversas clases sociales, no hay lucha, están unidos por una pasión: comer y beber de arriba. Lo logran. Confusas unidos, jamás serán vencidos. Y el trabajo les resulta cada vez más fácil, gracias a las redes sociales, se enteran de todo.

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